Un ambiente lúdico y juvenil reina sobre este lienzo aéreo:
aquí volvemos a sumergirnos en una fantasía onírica que nos lleva a un islote
perdido en un lago o en un mar en calma. Lejos de las convulsiones del mundo, una
pareja radiante es rodeada por una procesión de urracas y nutrias que juegan,
dan vueltas en todas direcciones, mientras nos observan, con franqueza o con el
rabillo del ojo, con asombro y quizás con sospecha. por algunos.
Con su túnica naranja, la mujer es el elemento solar del
cuadro; sus dos manos apoyadas en el hombro del amado evocan a un curandero
asistido por sus eruditas urracas.
En su cómodo sillón rojo, el hombre se entrega a este
discreto placer que lo une a su acompañante.
Un retrato de una pareja unida en ligereza y espiritualidad.